viernes, 31 de julio de 2015

Tuyo

Atrévete a llamarme tuyo,
porque a pesar de la distancia
mi piel se eriza ante el susurro de tu nombre y el recuerdo de tus besos.

Y permíteme tan solo imaginarte mía,
aunque bajo esta luna sepultes mis caricias
mientras duermes entre los brazos de aquel
que también reclamas tuyo.

@JesusCafeLetras


domingo, 19 de julio de 2015

Lucas

Él es Lucas. Entusiasta trabajador. No exige consideración especial alguna salvo aquellas que descubre en el resto de la cuadrilla; los buenos días al iniciar la jornada, la cooperación para las tortillas, y tal vez un recibo de nómina con su nombre al terminar la semana.
Parece que nadie lo nota, pero es Lucas, siempre Lucas, el último en suspender el trabajo.
Al final de la jornada se oculta entre las sombras de la segunda planta. Sus compañeros no acostumbran despedirse de él. En silencio, imagina sus siluetas alejarse calle abajo. Los imagina sonriendo, bromeando y alegres por regresar a casa.
La pequeña radio de don Sergio advierte que sólo ellos permanecen en aquel lugar. Puede ser que a Lucas no le interese la labor del viejo velador, o puede ser también que tantas jornadas bajo el sol del medio día le hayan bastado para convencerse de respetar las noches de quien custodia la obra mientras los compañeros duermen. De cualquier manera, parece que don Sergio ignora la presencia de tan silencioso acompañante.

Él es Lucas, y poco habría que decir de sus aspiraciones de camaradería y de sus exigencias obrero-patronales, de no ser porque desde hace seis años se niega a reconocer que su cuerpo yace bajo una pesada lápida que se pierde en el olvido del panteón municipal. Él fue Lucas; él es Lucas. 


miércoles, 8 de julio de 2015

La sonrisa en el salto

Me dirijo a casa a la vez que me alejo de las oscuras nubes que difuminan la cima del Sangangüey. Sobre el pavimento, con el sol que se despide antes de ocultarse tras la retorcida silueta del cerro de San Juan, la aguja del velocímetro marca los setenta kilómetros por hora. 
La veo de reojo —supongo que mediante lo que algunos llaman visión 'desenfocada'— y al instante atrae mi atención. La figura de un hombre desciende el talud del área verde que divide la circulación del libramiento carretero. Tal vez me habría resultado indiferente de no ser porque se apoyaba en una sola pierna y parecía equilibrarse con el aleteo de su brazo derecho y la ausencia del izquierdo.  
Cambio de carril. Salgo de la carretera y apago el motor a unos doscientos metros desde donde espero distinguirle de entre la maleza. Giro el retrovisor y lo busco en el reflejo. Nada. 
Después de unos segundos aparece y se detiene en el acotamiento. Los vehículos pasan y alborotan la ropa que lleva puesta. 
Un espacio se abre entre la circulación de los coches. ¡Es el momento! El hombre se aventura en una serie de rápidos movimientos a manera de pequeños saltos. ¡Es hábil!
Salta hacia lo que parece ser una angosta calle y lo pierdo de vista.
Desciendo del coche y salgo en su búsqueda. No hay banqueta. Recorro la terracería y camino frente a las fachadas de un par de cantinas. 
Todo está tranquilo — pienso—, es lunes. 
Llego a la esquina y lo distingo al otro lado de la calle. Titubeo un momento. Retomo el paso y me acerco a la sombra de la marquesina que lo envuelve. 
Lo saludo antes de dar el primer paso sobre la acera. 
Me devuelve el saludo y adorna su respuesta con una gran sonrisa. 
Quiero estrechar su mano pero me detengo. 
Le pregunto si le interesa una muleta. Invento que una de mis parientes acaba de desocuparla. Por supuesto que miento y tal vez él lo sabe. 
Sonríe y agacha la cabeza. Levanta la mirada y en su rostro advierto que la sonrisa se ha suavizado.  
Explica que le gusta ser franco y pide mi permiso para responderme de tal manera:
Te lo agradezco mucho dice y tilda sus palabras con aquella sonrisa—, sin mi brazo, de poco me sirve. 
Me quedo sin respuesta. El silencio se interrumpe por la mini-van que da vuelta desde el libramiento. 
El hombre gira de un pequeño salto y levanta el brazo en un solo movimiento. 
La unidad se detiene algunos metros detrás de nosotros. Se aproxima a ella dando pequeños saltos. Ahora son más pausados. Al llegar, la puerta lateral se desliza. Me mira. Su mirada expresa serenidad e ingresa al vehículo con una sonrisa cuyo rastro desaparece lentamente. 
La mini-van se aleja. 
Permanezco un momento a la sombra de aquella marquesina. 
Me habría gustado estrechar la mano de aquel hombre.