El paquete contiene los
documentos que el día de ayer revisó el joven de la ventanilla número uno. El
corte de caja se había realizado unos minutos antes de mi llegada por lo
que he tenido que regresar el día de hoy. Después de un indiferente saludo, la mujer de la ventanilla número dos revisa con detenimiento cada hoja. Sin voltear a verme, me pregunta si tengo la
carpeta en donde viene...
-¿En dónde viene qué?-
pienso, y procuro que mi duda no resulte evidente.
La mujer revisa de nuevo los
documentos y cambia de lugar algunas hojas. No entiendo a qué carpeta se
refiere. Creo que ella también lo ignora. Si titubeo, es probable que deba
regresar una vez más el día de mañana para cumplir con algún estúpido requisito
que hasta el momento no ha sido mencionado.
-Tome asiento, ahorita lo
llamamos- dice aún sin voltear a verme. ¡Maldición! Me arrepiento de haber
dejado el libro en el coche.
Un anciano pregunta en la ventanilla
cuanto tiempo estaremos sentados antes de ser llamados para realizar el pago.
-En cuanto esté listo- exclama la mujer al tiempo que lo mira detenidamente.
Vaya, yo esperaba otra respuesta.
-¡Señor! ¡Señor!- exclama un
joven desde la caja de contratos. Ilusionado, volteo y pierdo la emoción casi
al instante. La señora que está a mi lado también voltea. Qué decepción. El
grito es para al hombre que vende cacahuates en el patio.
Después de casi cuarenta
minutos escucho mi apellido. El llamado viene de la caja de contratos. ¡Qué
alegría! Tan solo en la segunda visita logré la conclusión del trámite. Ya tengo contrato de
agua. Salgo al patio y no encuentro al hombre de los cacahuates. Al final, no todo resultó como lo hubiera esperado.
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