jueves, 4 de diciembre de 2014

El trámite y los cacahuates

El paquete contiene los documentos que el día de ayer revisó el joven de la ventanilla número uno. El corte de caja se había realizado unos minutos antes de mi llegada por lo que he tenido que regresar el día de hoy. Después de un indiferente saludo, la mujer de la ventanilla número dos revisa con detenimiento cada hoja. Sin voltear a verme, me pregunta si tengo la carpeta en donde viene...
-¿En dónde viene qué?- pienso, y procuro que mi duda no resulte evidente.

La mujer revisa de nuevo los documentos y cambia de lugar algunas hojas. No entiendo a qué carpeta se refiere. Creo que ella también lo ignora. Si titubeo, es probable que deba regresar una vez más el día de mañana para cumplir con algún estúpido requisito que hasta el momento no ha sido mencionado.
-Tome asiento, ahorita lo llamamos- dice aún sin voltear a verme. ¡Maldición! Me arrepiento de haber dejado el libro en el coche.
Un anciano pregunta en la ventanilla cuanto tiempo estaremos sentados antes de ser llamados para realizar el pago. -En cuanto esté listo- exclama la mujer al tiempo que lo mira detenidamente. Vaya, yo esperaba otra respuesta.
-¡Señor! ¡Señor!- exclama un joven desde la caja de contratos. Ilusionado, volteo y pierdo la emoción casi al instante. La señora que está a mi lado también voltea. Qué decepción. El grito es para al hombre que vende cacahuates en el patio.

Después de casi cuarenta minutos escucho mi apellido. El llamado viene de la caja de contratos. ¡Qué alegría! Tan solo en la segunda visita logré la conclusión del trámite. Ya tengo contrato de agua. Salgo al patio y no encuentro al hombre de los cacahuates. Al final, no todo resultó como lo hubiera esperado.


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