Por Jorge de Jesús Benítez Correa.
En un
aparente dominio de la situación, el viejo de la estola púrpura lo invitaba a
arrepentirse de los pecados cometidos en vida. El 'Cuate' mantiene sus ojitos
entreabiertos y su cuerpo se extiende sobre la blancura de las sábanas que
cubren el colchón, tal y como aquellas tardes que con el control de la
televisión en la mano, se quedaba dormido durante la transmisión de algún
encuentro de ligas mayores.
Tan solo es
parte del ritual, recuerdo haber pensado desde el otro extremo de la habitación
y balanceándome en la mecedora. Seguí observando con detenimiento cada uno de los
movimientos de aquel extraño de estola púrpura, y recordé aquellos años en que
decidí alejarme por completo de la iglesia.
Aunque me
he esforzado en evitar la controversia que surge al abordar el tema, son los
hermanos de mi madre, quienes fascinados por la oportunidad de contrariar a la
abuela en la sobremesa de alguna reunión familiar improvisada, lanzan
cuestionamientos sobre la vida íntima del sacerdote de la parroquia y sobre las
diversas interpretaciones del gran libro.
Nunca
estuve de acuerdo con la presencia de aquel viejo en la habitación, aunque por
respeto a mi abuela, decidí mantenerme al margen de la situación. Me parece
verla un tanto desorientada y confundida mientras contempla, sin movimiento
alguno, la llama que corona el sirio que de manera ininterrumpida, ha brillado
en las últimas lunas sobre el escritorio del vestíbulo.
Fue en ese
momento, cuando el viejo de la estola púrpura, pidió al 'Cuate' que se arrepintiera
de lo hecho en vida. Conteniendo la respiración, apreté con mis manos los
descansabrazos de la mecedora, intentando contener el deseo de lanzarme al
cuello de aquel extraño y obligarlo a salir de la habitación.
Pero qué
pasa por la cabeza de este hombre, fue la interrogante que como un frío puñal
mancilló mis pensamientos. Ya de pié, y a escasos pasos de aquel extraño, me pregunté
qué tan conveniente es pedir a un hombre que se arrepienta de lo hecho en vida
bajo estas circunstancias, ya que mientras el 'Cuate' se preparaba para
inmortalizar su descanso de los miércoles, no eran paramédicos, enfermeras o en
el peor de los casos, agentes del ministerio público quienes custodiaban su agonía.
Somos
nosotros quienes estamos de este lado, somos el fruto de las decisiones que
para bien o para mal tomó en su vida. No hay nada qué juzgar ni qué reprochar
en este momento, ya no son necesarias las palabras de afecto o las
demostraciones de amor. Todo está dicho, no por las palabras del 'Cuate', sino
por las decisiones tomadas y sus pasos firmes sobre el sendero.
Finalmente,
ahí está. El último aliento llegó mientras su cuerpo descansa bajo la mirada de
aquellos que en repetidas charlas caseras y memorables parrandas con los
amigos, reconoció como su más preciado tesoro y su legado para este mundo.
Nunca sabré
lo que pasó por su mente, aunque conociendo al viejo 'Cuate', me gusta pensar
que este miércoles se marchó a descansar sin arrepentirse de su vida, y por
fortuna, puedo decir que salió de su casa con los pies por delante, tal y como sentenció
de manera atinada en sus últimos años.
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